Bolivia vive un proceso político de profundas reformas estructurales, las mismas que se basan fundamentalmente en la concreción de derechos fundamentales individuales y colectivos, donde los sectores indígenas aparecen por vez primera como valor equiparado a las demás colectividades sociales. Este hecho superestructural ha generado “pánico” en las castas anacrónicas y privilegiadas las mismas que durante la colonia y la república gozaron de preeminencia económica y social, merced a la subyugación de bastos sectores indígenas y a una oprobiosa división social y racial del trabajo, donde lo blanquecino y lo oscuro en la piel define aún el status social y las posibilidades de movilidad social.
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